domingo, 17 de mayo de 2020

Fragmento de "Gracias por el fuego"*

Hoy sí la rambla. Nada de Canelones. Está lindo aquí, corre un vientito. Por lo menos este verano artificial se parece a nuestro verano verdadero: al atardecer refresca ¿ Y si, por ejemplo, pensara ahora en Dolores? Desde hoy me está dando vueltas en la cabeza el poema que hizo Vargas cuando se enamoró de aquella morochita de Arquitectura. Una miniatura, lindísima y simpática, pero casada. Después, cuando todo había pasado, me dio una copia a máquina y me dijo: Creo que es lo más verdadero que escribí y además no creo que escriba algún día nada mejor. Tenía razón, después de todo. En ese entonces escribía bastante, pero después se metió en el República, y más adelante consiguió unas representaciones y se casó y tiene un montón de hijos. Pero el poema es bueno, claro que sí. Me lo aprendí de memoria y me daba lástima no tener en quien pensar cuando lo decía. Ahora tengo. Pero no estoy seguro de acordarme. A ver. 

"Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos 
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen 
y eres mejor que todas tus imágenes 
porque eres linda desde el pie hasta el alma 
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
sino te miro amor
sino te miro
porque siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tientes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque 
la noche pase y yo te tenga 
y no."


Me acordé y es para vos, Dolores. Lo hizo otro, para otro, pero también yo lo hice y es para vos. Lo hizo otro porque yo no sé decir las cosas que siento, pero reconozco cuando alguno es capaz de decirlas por mí. Y es también un modo de decirlas. A lo mejor, Vargas ya no se acuerda de esto que escribió. Yo me acuerdo y es un modo de hacerlo mío. Porque eres mía, porque no eres mía. Nadie podría decirlo mejor, ¿verdad?  Corazón coraza. Es para vos Dolores. Ya no se quién lo hizo. Acaso Vargas fue un robot que pensó por mí. Acaso yo soy Vargas, o Vargas era yo. Lo único seguro es que estas existiendo, Dolores, en algún rincón de este día, en algún lugar del mundo, sola o con alguien pero sin mí. Lo único seguro es que sos mejor que todas tus imágenes, que todas las imágenes que yo tengo de vos. ¿Quise esperar este instante a solas, sin prisa exterior y sin testigos, para decirme, con todas las letras, que estoy enamorado? ¿A los cuarenta y cuatro años? Quizá solo semienamorado. Porque ella dice que no, que no me quiere. Y para estar total, completa y absolutamente enamorado, hay que tener plena conciencia de que uno también es querido, que uno también inspira amor. De modo que semienamorado. Pero ¿en qué forma? No como en la adolescencia, por supuesto que no. Entonces era una especie de locura contenta, un frenesí, que llevaba en su propio énfasis el germen de la autodestrucción, una suma de juego más sexo. Ahora es otra cosa. El sexo está, claro, cómo no iba a estar. Dolores me atrae físicamente. Me toca apenas, apoya una mano sobre mi brazo, no como un gesto de amor sino como un simple acompañamiento de la conversación, y siento en mí un estremecimiento, acuso inmediatamente recibo de esa piel mansa, tibia, prometedora, que aplasta momentánea y suavemente  los vellos de mi antebrazo o mi muñeca. Pero hay mucho más. Mi conmoción interior es más viva aún cuando me mira que cuando me toca. Además, me ha tocado tan pocas veces y siempre por motivos tan triviales. En cambio, siempre me mira, nunca rehuye mis ojos. Tiene una formidable capacidad de estar íntegra en su mirada, para mirar viviendo, para mirar sintiendo, para mirar simpatizando. Ella simpatiza conmigo, de eso si estoy seguro. Y su simpatía es tan cálida, tan vital, tan lúcida, que es casi el equivalente de un amor. Es probable que una mujer de intimidad más pobre o más rígida, en un instante de amor, en su mejor instante de amor, pueda alcanzar ese mismo nivel de comunicación y de intimidad afectiva. Dolores, solo simpatizando, equivale a otra mujer en el cenit de su amor. Pero nada de eso es suficiente. Porque aunque yo capte, o crea captar, la intensidad afectiva de Dolores cuando simpatiza conmigo, demasiado sé que ése no es su máximo, que su máximo no es la mera simpatía, por intensa que ésta sea, sino el amor. Y no puedo evitar esa conjetura: si la mera simpatía de Dolores me conmueve así, ¿cómo no habría de conmoverme el amor de Dolores, el amor en su máximo, en plena ebullición? Y ante esa posibilidad tampoco puedo evitar sentir un vértigo, no puedo evitar que se me vaya la cabeza. Tal vez mañana o pasado me resigne. Pero hoy sufro como condenado. Ayer mismo yo no sabía que podía querer así. Entonces ¿qué ha pasado? ¿Es simplemente porque hablé, porque se lo dije? Puede ser. Hoy, a medida que se lo iba diciendo sentía que eso era más y más verdadero, como si al decirlo yo, fuera haciendo proselitismo conmigo mismo, convenciendo para siempre a mi corazón, este mismo corazón que ahora me duele, sí, físicamente, éste órgano hueco y muscular que de algún modo se las arregla para ocuparse simultáneamente de la sangre y las emociones. Si por lo menos ahora, cuando llegue a casa, pudiera estar solo, si por lo menos nadie me hablara. Pero no, seguramente vendrá Susana a contarme los chismes de Laura o a quejarse de lo cansada que está debido a que se ha quedado sin muchacha, o a pedirme que le hable seriamente a Gustavo, porque cada vez tiene más amistades anarquistas o socialistas o comunistas, o a informarme de que llamó tía Olga para decirle lo buen tipo que soy, o, lo peor de todo, a sugerirme que hoy vayamos a cenar a Carrasco, porque no está como para ponerse a cocinar. Hoy no quiero ir a comer afuera. Quiero cenar muy frugalmente, tal vez una ensalada bien fresca y nada más, y después salir a caminar un rato, pero solo. Ojalá que cuando le diga a Susana si quiere venir conmigo, me diga como tantas veces que está muy cansada, que va acostarse temprano. Quiero salir a caminar solo por la Rambla, o quizá ir a mirar las fosforescencias en las olas o tenderme boca arriba en la arena. Pero ya veo, Susana me está esperando junto a la verja, y esto no es precisamente un buen indicio. Todavía esta bien Susana, pese a los treinta y nueve años que cumple la semana que viene. Pero no se trata de eso. 

  - ¿ Mucho calor en el centro? 
  - Horrible. En este momento, creo que lo más importante es la ducha que voy a darme.
  - Eso es, duchate y ponete fresco. Vine aquí a esperarte para que no entres el auto al garaje. Estoy tan cansada ahora que no tengo muchacha, que, francamente, no tengo ganas de cocinar. ¿ Qué te parece si vamos a cenar a Carrasco? 



(*) Tomado del libro Gracias por el fuego - Mario Benedetti 1969,

De bolsillo - julio 2015.  (Este texto tiene objeto didáctico, así como rendir homenaje a la obra y legado del autor, conmemorando el día de su deceso, 17 de mayo de 2009 )

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